El futuro del capitalismo chino

Imagina que trabajas como banquero de inversión en una de las empresas más famosas de China. Todo va bien: un trabajo bien remunerado, un buen estatus social y, por fin, ganas dinero con las matemáticas que aprendiste en la universidad. De repente, ¡tú, director ejecutivo desapareces! Esto es lo que pasó en China. Este no es un evento aislado, sino parte de un fenómeno más amplio: la desaparición de directores ejecutivos chinos.


El capitalismo chino está subordinado al proyecto político. Las grandes empresas, incluso las privadas, actúan bajo el imperativo del partido. Cuando alguna de ellas —como Alibaba, Tencent o Didi— ha pretendido operar con independencia, ha sido disciplinada de manera ejemplar. La prioridad no es la innovación o la eficiencia, sino la obediencia estratégica. Como ha señalado Barry Naughton, estamos ante un modelo de capitalismo disciplinario, donde el mercado existe bajo condiciones estrictamente determinadas por el poder político.

The Economist  publicó un artículo titulado " El caso de la desaparición de los presidentes de China ". Perder el contacto con los directores ejecutivos se ha convertido en algo común en China. Dos empresas chinas que cotizan en bolsa anunciaron en noviembre de 2023 que sus presidentes habían desaparecido sin dejar rastro. Intentaron contactarlos a través de WeChat y contactaron con sus familiares, sin éxito. Existe un patrón interesante: los ejecutivos suelen desaparecer de empresas con altos niveles de deuda. Este fenómeno de la desaparición de directores ejecutivos revela algo más profundo. No se trata solo de una táctica del Partido Comunista; expone una falla inherente al modelo chino.

La mezcla de socialismo y capitalismo no es nueva

Aunque con características diferentes, Lenin también experimentó con el capitalismo de Estado. Tras los enormes fracasos de sus políticas de comunismo de guerra (una  inflación del 7196 %  en 1922, por mencionar solo una), lanzó la Nueva Política Económica (NEP). Y desde el principio, advirtió los problemas del capitalismo de Estado.

En 1922,  dijo : La máquina se negaba a obedecer a la mano que la guiaba... Era como un coche que no iba en la dirección que deseaba el conductor, sino en la que deseaba otra persona, como si lo condujera una mano misteriosa y sin ley, quién sabe quién, quizá la de un especulador, la de un capitalista privado, o la de ambos. No era una mano sin ley; era la mano invisible. El asombro sutil pero profundo de Lenin revela la falla del modelo chino: la máquina se niega a obedecer al partido que la guiaba.

Las contradicciones del capitalismo chino

Mientras Occidente —desde la Revolución Francesa— la legitimidad tiene como principios la soberanía popular, la división de poderes y el pluralismo ideológico, el modelo chino parte de otro paradigma: el de la centralización, la disciplina social y la primacía del orden sobre la libertad. Es un proyecto político que no reconoce al individuo como sujeto autónomo de derechos inalienables, sino como parte funcional de un colectivo dirigido por una élite tecnocrática que se asume portadora del interés nacional.

Existe una paradoja inherente al modelo chino: con el tiempo, la vaga distinción entre mercado y Estado deja de funcionar. Uno de los sectores predilectos son las asociaciones público-privadas: empresas que no son totalmente estatales ni privadas, sino una combinación de ambas. En teoría, buscan captar la productividad y la eficiencia del libre mercado, pero al mismo tiempo se resisten a la ausencia de dirección inherente a los procesos de mercado.

Esta es la contradicción central. La productividad y la eficiencia del sector privado solo son posibles a través de la toma de riesgos, apostando a un futuro incomprensible. Es por eso que Frank Knight argumentó que la acción empresarial es trágica en el fondo: es incertidumbre. Y la triste verdad es que la mayoría de los empresarios fracasan. Según la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU., el 49 por ciento de las nuevas empresas fracasan en sus primeros cinco años. Pero este fracaso es tan importante como el éxito. Es lo que hace posible el crecimiento económico. Como  escribió Ludwig von Mises : "Son las ganancias y las pérdidas las que obligan a los capitalistas a emplear su capital para el mejor servicio posible a los consumidores". Sin pérdida, no hay descubrimiento. Sin descubrimiento, no hay innovación.

La parte de la "pérdida" es lo que nos guía. Pero el modelo chino —y todos los modelos de capitalismo de Estado— busca eliminar la pérdida mediante la regulación o la "sabiduría" de los planificadores. Quieren un sistema económico que no fracase. Pero lo que obtenemos es la desaparición de los directores ejecutivos y los presidentes de directorio. La incertidumbre interna encarnada en el mercado no se puede resolver con regulación y planificación gubernamentales. La incertidumbre debe aceptarse en lugar de controlarse, ya que se trata de incógnitas conocidas y desconocidas. Solo el conocimiento, analizando su naturaleza, métodos, fundamentos y validez, puede ayudarnos en situaciones de incertidumbre.

El modelo chino también está presente en la expansión internacional, a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), responde a una proyección de poder que evita el discurso de los derechos humanos, la transparencia o la democracia, y privilegia el pragmatismo geoeconómico. El mensaje es claro: se puede crecer sin liberalizarse, comerciar sin reformarse, influir sin compartir valores. Para muchos regímenes del sur global, esta oferta resulta más atractiva que los condicionamientos normativos de Occidente.

El futuro del capitalismo chino

Aunque el modelo chino está mostrando sus debilidades, desde la desaparición de directores ejecutivos hasta  la contracción del crecimiento, parece que el mundo se está moviendo hacia el capitalismo de Estado. Como sostienen Ilias Alami y Adam Dixon en su libro "El espectro del capitalismo de Estado", este es un fenómeno global, que no se limita a China y Asia. Desde el año 2000, la balanza de la economía mixta se ha inclinado hacia el Estado. El número de empresas estatales (EPE) entre las 2000 empresas más grandes del mundo se ha  duplicado  durante ese período. Estos gigantes vinculados al Estado ahora controlan 45 trillones de dólares en activos, la mitad del PIB mundial. Y no se trata solo de las EPE. El número de  fondos soberanos de riqueza (FRS) se ha sextuplicado en las últimas dos décadas. En 2024, operaban 176 fondos soberanos de riqueza en todo el mundo. Según las cifras de 2023, controlan 11,8 trillones de dólares en activos, más que cualquier fondo de cobertura del mundo.

Desde la teoría política contemporánea, China representa un experimento de modernidad autoritaria. Como ha sido documentado por autores como Perry Anderson o Sebastian Heilmann, se trata de una forma de gobierno que combina planificación burocrática, control político total y adaptabilidad institucional. El Partido Comunista Chino (PCCh) no es simplemente un instrumento de poder: es el núcleo de la sociedad, la economía y el discurso. La reciente eliminación de los límites a la reelección presidencial, que ha convertido a Xi Jinping en un líder de horizonte indefinido, expresa no solo la concentración del poder, sino la anulación de los mecanismos básicos de renovación interna. El culto al líder no es accidental: es funcional a un modelo que desprecia el pluralismo como fuente de inestabilidad. 

¿El capitalismo chino es mejor que el capitalismo occidental? depende de como entiendas el ejercicio del poder. En lugar de un Estado limitado por el derecho, encontramos un Estado que produce y define la legalidad. En lugar de representación, hay delegación sin control. En lugar de pluralismo, hay consenso inducido. Este modelo no pretende democratizarse, ni considera que lo deba hacer. Su lógica es otra: la del Leviatán hobbesiano reconfigurado, que se justifica no por un pacto horizontal entre ciudadanos, sino por la promesa de orden, prosperidad y orgullo nacional.

Desde el punto de vista del modelo chino, el mundo se encamina hacia un mayor estatismo, una tendencia nada nuevo. La política como representación y la política como gestión centralizada no es una simple diferencia cultural. Es una disputa de fondo sobre la naturaleza del poder, la finalidad del Estado y el lugar del ciudadano. Mientras el liberalismo se enfrenta a sus contradicciones internas —desigualdad, polarización, apatía—, el autoritarismo chino se presenta como una vía alternativa para alcanzar estabilidad sin libertad, desarrollo sin deliberación y unidad sin diversidad.

La aparente solidez del capitalismo chino, también es su vulnerabilidad. La ausencia de mecanismos de corrección institucional, de prensa libre, de oposición legítima y de transparencia, hace que cualquier crisis económica, sanitaria o social pueda transformarse en una amenaza existencial. El consenso impuesto puede disiparse tan rápidamente como fue construido. Y en ausencia de canales de expresión democrática, lo que queda es la represión o el colapso.

China es, sin duda, un laboratorio del autoritarismo del siglo XXI. Pero también es un espejo que nos recuerda que los logros materiales sin ciudadanía, los liderazgos sin límites y el Estado sin crítica no representan un avance de la política, sino su clausura. La eficacia no sustituye a la libertad y el orden sin derechos es autoritarismo. 

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